Sentado aquí escribiendo y decidiendo si hacerlo en tercera persona o pretendiendo que mi asistente lo hizo por mí, de pronto han venido a mi memoria recuerdos mucho más antiguos de los que suelo citar en una biografía y que se remontan a 1983. Particularmente una clase de la que por alguna extraña razón recuerdo perfectamente el nombre (ya que yo tendría seis años de edad): “Psicomotricidad” y la maestra, de la cual realmente no tengo muchos recuerdos más que el nombre o apodo “Chois”. También recuerdo el salón y toda clase de ejercicios extraños y divertidos.

Ahora, treinta y ocho años después, viendo hacia atrás y pudiendo conectar finalmente los puntos, como alguna vez dijera Steve Jobs, todo tiene sentido: mis fracasos como futbolista, nadador, gimnasta, mi carrera fugaz como músico.

Una carrera maravillosa como bailarín profesional para la Compañía Nacional de Danza, que me llevó a conjugar dos de las cosas que más han marcado mi vida, la música y el movimiento. En un lugar maravilloso que durante algún tiempo tuve la fortuna de llamar “mi oficina” El Palacio de Bellas Artes.

Una increíble vida por algunos años en la ciudad de Nueva York, donde tuve la oportunidad de aprender y trabajar con grandes maestros del mundo de Pilates, como lo fue la legendaria Romana Kryzanowska.

Además de saciar mi curiosidad con muchas otras técnicas maravillosas relacionadas con el cerebro y el movimiento como lo es Z-Health Performance Solutions, algunos métodos de terapia física como Positional Release Therapy y seguir en contacto con la danza a través de los programas para maestros del American Ballet Theatre.

Todas las piezas se fueron acomodando, hasta finalmente ser fundador y copropietario de uno de los estudios más grandes e importantes de Nueva York, Pilates Challenge; junto con una de las personas que más han influido en mi vida: mi socia y amiga del alma, Jackie.

Así pudimos retribuir un poco lo que hasta entonces, esta comunidad de Pilates tan grande y solidaria nos había brindado.

Muchas cosas han cambiado desde aquella clase de psicomotricidad. Desde hace algunos años se han terminado las piruetas y esos grandes saltos en el escenario que requieren la condición física y coordinación propias de un atleta de alto rendimiento, combinados con la gracia de un felino cazando. Con el tiempo la parte “motriz” de esa clase que tomaba cuando era niño se ha ido disolviendo, dando paso en el orden natural de las cosas a ese otro aspecto tan importante que tiene que ver menos con mi cuerpo y más con la parte mental o “psique”, la experiencia y el conocimiento adquirido a través de los años, así como la motivación para encontrar formas de transmitir todo lo aprendido a nuevas generaciones y así también poder seguir creciendo.

Es así como, mi curiosidad y un talentoso padre al que amé con toda mi alma, me guiaron a través de un mundo que hasta hace unos años era completamente ajeno a mi, lleno de herramientas y máquinas para crear “juguetes” maravillosos (si quisiera hacer alguna comparación con la clase de la maestra Chois). Juguetes con los que ahora “juega” mi cuerpo, por decirlo de alguna manera y me mantienen fuerte y flexible a pesar del paso del tiempo.

Estoy seguro que esta experiencia con mi padre, al igual que aquella clase de psicomotricidad me han marcado de por vida y aunque no puedo conectar aún los puntos viendo hacia el futuro, es no solo mi meta, sino mi deber, hacer mi mayor esfuerzo y dar lo mejor de mí con cada aparato de Pilates que fabricamos, con cada cliente que confía en nosotros, con cada mejora en salud de quienes usan nuestros productos y con la fuente de trabajo que todo esto genera.